El acebo simbolizaba la buena suerte y era atributo de los dioses solares. Se utilizaba en las fiestas dedicadas a Saturno, las saturnales, que se celebraban en la antigua Roma entre el solsticio de invierno y el 25 de diciembre, día en que el sol volvía a nacer. Durante estas fiestas se prohibía el comercio y el ejercicio de cualquier arte excepto el de la cocina y se permitía el libertinaje entre los esclavos. La Iglesia cristiana asoció esa fecha al nacimiento de Cristo, comenzando a celebrar la Navidad.
Los druidas aconsejaban llevar a casa las ramas de acebo en el solsticio de invierno, tiempo en que daban cobijo a hadas y duendes, pero solo hasta el uno de febrero (fiesta del Imboloc de los celtas), pues entonces los seres tenían ya otros refugios y podían suceder desgracias si se mantenían las ramas en el domicilio. El cristianismo pasó la fecha tope al día de reyes.
Ana González-Garzo y Augusto Krause, 2023
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